IDENTIDAD Y COMPROMISO PASTORAL DEL LAICO EN LA IGLESIA:
UNA MIRADA AL VATICANO II
Introducción
Antes de comenzar esta breve reflexión sobre el compromiso pastoral del laico en la Iglesia, quisiera hacer una confesión pública, delante de todos los representantes de la acción pastoral de este nuestro querido Arciprestazgo de Linares.
Quisiera manifestarles a todos, que cuando, al poco de comenzar el nuevo curso recibí el documento que contiene el Plan Pastoral de la Diócesis de Jaén, para el curso 2010-2011, que incluía el subtítulo “El laico, miembro activo en la Iglesia de Jaén”, lo primero que pensé fue, si no se trataría, como dijo el político, de “más de lo mismo”. Tuve, esa especie de mezcla de sentimientos en la que por un lado me revelaba el hecho de que tantos años después de la Conclusión del Concilio Vaticano II, y considerando los ríos de tinta que han corrido, referidos a este tema, procedentes desde todos los ámbitos de la Iglesia, todavía estuviésemos empeñados en una especie de reflexión que pretendiera representar un nuevo esfuerzo por convencernos a todos (clérigos y laicos), de la necesidad de un nuevo intento de fundamentar la necesidad de que los laicos asuman el puesto que ciertamente le corresponde en la Iglesia, no sé si necesario por otra parte, habida cuenta de los cambios profundos y el ritmo acelerado, cuando no vertiginoso, que en estos últimos años no han dejado de experimentar nuestras sociedades. Pensé que ya estábamos convencidos; lo siguiente sería ese esfuerzo de todos por ponerlo en práctica.
Pero por otro lado, y después de hojear el mismo documento, comprendí que en mi juicio primero me había equivocado. Lo siguiente que pensé fue que tal vez sería el Espíritu Santo, quien se pronunciaba, y que nuevamente nos invitaba a tomarnos en serio la participación activa de los laicos en la vida de la Iglesia, cuestión ésta de la que con tanto empeño nos había hablado ya durante el Concilio, invitándonos a tomarnos en serio el hecho de que la esencia misma de la Iglesia pasa por aquí.
En este mismo contexto quise entender el objetivo que nuestro obispo nos presentaba en la introducción de nuestro plan pastoral: “Procurar detenernos y profundizar sobre todo en el laicado, pero no de forma aislada, sino en el contexto de una Iglesia misionera que existe en su identidad más profunda para evangelizar y servir a la sociedad”.
Tengo para mí, que la promoción del laicado es una asignatura pendiente en la Iglesia, sino tanto a nivel teórico-doctrinal –habida cuenta de la generosa documentación que al respecto tenemos- al menos sí en la realidad cotidiana de la vida de la Iglesia –y hablo a nivel general-; y ésta se refiere a su esencia misma, y entiendo que cuantos estamos en esto, tenemos que comprender de una vez por todas que se trata de una necesidad para el Nuevo Pueblo de Dios, nacido del costado de Cristo (Cristianos Laicos en la Iglesia, nº 3), que no admite más dilaciones, y en la que debemos participar todos, (clérigos y laicos), partiendo de una seria reflexión, y con unos objetivos comunes, cuyo fundamento debe ser el mandato del Señor: “Id al mundo entero y anunciad el Evangelio”, trabajando juntos por el Reino.
“Todos los laicos, hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos, ancianos, enfermos. Todos: cualquiera que sea el grado de conciencia y compromiso, cualquiera que sea el campo de su compromiso apostólico en la comunidad eclesial o en la sociedad civil. Todos, decimos, porque todos son llamados a participar en la vida y la misión de la Iglesia”.
Sirva pues, esta breve presentación, cuyas ideas se recogen de lo contenido en Concilio Vaticano II, del Magisterio de los últimos papas y de los documentos de la Conferencia Episcopal, para pensar sobre la necesidad y urgencia del apostolado laical en el mundo contemporáneo, para resituarnos, de suerte que nos pueda servir a modo de inicio a la reflexión tanto personal como comunitaria, en este mismo contexto en el que se nos invita a buscar objetivos comunes para desarrollar en nuestro arciprestazgo el objetivo principal que el plan pastoral diocesano nos encomienda llevar a cabo.
1.- El Evangelio una tarea de toda la Iglesia.
El anuncio de Jesucristo es una exigencia y tarea permanente de toda la Iglesia, la cual existe para evangelizar. En nuestros días, percibimos con particular intensidad la urgencia de anunciar de nuevo el evangelio. Constatamos en nuestra sociedad una fuerte crisis de valores y una creciente distancia entre la fe cristiana y la cultura dominante. Reconocemos, por ello, con Juan Pablo II, que “ha llegado la hora de emprender una nueva evangelización” .
El derecho y el deber de evangelizar corresponde a todo el Pueblo de Dios: es responsabilidad de toda la Iglesia. Cada cristiano, en virtud del bautismo, tiene la misión de transmitir el Evangelio, siendo testigo del Dios vivo. Desde la comunión eclesial brota el impulso para la misión, que cada uno realiza de acuerdo a su propia vocación, según lo que San Pablo señala: “Dios ha asignado a cada uno un puesto en la Iglesia” (1 Cor 12,28). “Es la Iglesia una, la comunidad eclesial, el sujeto de la evangelización” (Redemptoris Missio, Juan Pablo II).
Los cristianos laicos tienen, en el seno de la comunidad eclesial, un papel insustituible en la tarea evangelizadora:
"Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios... A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor" (LG, 31).
“Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia” (LG, 33).
2. La identidad cristiana en referencia a Cristo, la Iglesia y el mundo.
¿Qué es un laico? ¿Cuál es el perfil del laico cristiano? ¿Cómo vive el laico su participación y corresponsabilidad en la vida y misión de la Iglesia? ¿Cómo vive prácticamente la diversidad y la complementariedad de ministerios, carismas y responsabilidades? Estas y otras son preguntas que mueven a la reflexión, conscientes de que la promoción de un laicado evangélico y evangelizador, adulto y comprometido es cosa de todos.
Tradicionalmente, cuando intentábamos definir la identidad del laico, solíamos hacer una especie de definición negativa, en referencia al clero, al que no pertenece; es decir, laicos son –se decía- los que no pertenecen, en virtud de su vocación a la condición clerical; pero no se hacía referencia a su verdadera identidad, que, no puede comprenderse adecuadamente si no se sitúa en el contexto de la Iglesia “misterio de Comunión”. Es decir, ante todo el laico es Iglesia.
La pregunta por la “identidad” del laico es, ante todo, la pregunta por la identidad cristiana. Qué es un laico, equivale a preguntar qué es un cristiano. Y esta “identidad cristiana” viene conformada por tres referencias inseparables e imprescindibles. A saber: Jesucristo, la Iglesia y el mundo.
- Cristo, su vida y su persona, son referencia obligada para toda forma de vida cristiana. Seguir a Jesucristo es el compromiso primero y fundamental de todo bautizado. Y por tanto, existe una sola y misma vocación cristiana a partir de un solo y mismo bautismo, que se vive en formas peculiares (ministerio ordenado, religiosos, laicos…) y que son iguales en dignidad y complementarias entre sí.
- La comunidad eclesial es esencial para conformar la identidad cristiana. Sólo es posible seguir a Jesucristo insertos en su cuerpo que es la Iglesia. Ella nos transmite la memoria viva de Cristo. Ella es el pueblo de Dios que fundamenta en el Bautismo y en la Confirmación (no en el Orden sacramental) los derechos y deberes de todos los miembros. No hay cristianos por libre: amar, creer y esperar “cristianamente” sólo puede hacerse en comunidad. La Eclesiología de comunión es la idea central de los documentos del Concilio Vaticano II, no lo olvidemos.
- El mundo, realidad creada como “habitat” del hombre. El hombre no es una realidad superpuesta artificialmente en el mundo, sino que está profundamente enraizado en él; el hombre forma parte del mundo, cuyos influjos positivos y negativos, no puede dejar de percibir. Es preciso que reafirmemos la profunda unidad existente en el plan de Dios entre la obra de la creación y la obra de la redención. Necesitamos superar el binomio “sagrado-profano” porque el mundo está llamado a ser “santo en su profanidad”. Desde esta perspectiva, la “mundanidad”, la “secularidad” forma parte del ser cristiano.
2.- Desde el comienzo, los fieles laicos participan en esa misión evangelizadora común a toda la Iglesia.
En el Nuevo Testamento se recogen los nombres de muchos hombres y mujeres que, desde su propia vocación laical, se unieron a la misión común de anunciar a Jesucristo y su proyecto del Reino. Si bien el término “laico” no aparece en el Nuevo Testamento, sin embargo, la realidad que se designa cuando se introduce más tarde en el vocabulario cristiano, está claramente enunciada en los escritos neotestamentarios.
Un breve recorrido por los Evangelios nos lleva a recordar a muchas personas que al encontrarse con Jesucristo se convierten en colaboradores y continuadores de su misión. Destaca especialmente María Magdalena la primera que anunció a los mismos apóstoles la noticia de la resurrección: “He visto al Señor” (Jn 20, 18).
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de mujeres como Tabitá, que “repartía muchas limosnas y hacía obras de caridad” (9, 36), o como María, la madre de Juan Marcos, cuya casa se usó en Jerusalén como lugar de encuentro para la oración (Hech12, 12). Los laicos acompañan también toda la tarea misionera de San Pablo. Son de toda clase social (médicos y esclavos, comerciantes y terratenientes) y de diferentes condiciones (hombres y mujeres, matrimonios, viudas, célibes). Todos ellos son reconocidos como “colaboradores de Dios” implicados de diversas maneras en la tarea de anunciar a Jesucristo. Algunos como Lidia, prestan su casa para la reunión de la comunidad (Hech 16, 14), otros como Febe, tienen un papel activo en la evangelización (Rom 16, 1-3). Destaca especialmente el matrimonio formado por Prisca y Aquila, excepcionales misioneros de los que Pablo dirá que todas las comunidades de gentiles estaban en deuda.
Para advertir la riqueza y diversidad de la presencia de los laicos en el Nuevo Testamento, podemos leer el final de la carta a los Romanos (16, 5-13), en el que se refleja el rostro de las comunidades cristianas: “Saludad a mi querido Epéneto, primicias del Asia para Cristo. Saludad a María, que se ha afanado mucho por vosotros. Saludad a Ampliato, mi amado en el Señor. Saludad a Urbano, colaborador nuestro en Cristo; y a mi querido Estaquio. Saludad a Apeles, que ha dado buenas pruebas de sí en Cristo. Saludad a los de la casa de Aristóbulo. Saludad a mi pariente Herodión. Saludad a los de la casa de Narciso, en el Señor. Saludad a Trifena y a Trifosa, que se han fatigado en el Señor. Saludad a la amada Pérside, que trabajó mucho en el Señor. Saludad a Rufo, el escogido del Señor; y a su madre, que lo es también mía. Saludad a Asíncrito y Flegonta, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos. Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, lo mismo que a Olimpas y a todos los santos que están con ellos”.
3.- Los laicos cristianos, Iglesia en el mundo.
Advertimos en la actualidad, la necesidad de alentar la presencia del cristiano laico “en el corazón del mundo”, en la sociedad secular. Por diversas razones, los fieles laicos son movidos con frecuencia o sienten ellos mismos la tentación de separar la fe de los diversos ámbitos de la vida, convirtiéndola en una práctica privada, sin incidencia en el mundo de la familia, la profesión, la economía o la política . Resulta, por ello, conveniente que redoblemos el esfuerzo para que la fe sea vivida en el corazón de la vida cotidiana. “Lo que el alma es en el cuerpo, eso mismo han de ser los cristianos en el mundo”. Con estas palabras tomadas de la “carta a Diogneto” (s. II) concluye el capítulo 4º de la Constitución Lumen Gentium en el que se trata de los laicos. Y “tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar”, sigue diciendo esta antigua carta del siglo II que conserva hoy su actualidad” (LG, cap. 4).
“Los laicos viven en el mundo, en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social. Y son llamados por Dios para santificar el mundo desde dentro, a modo de fermento” (LG, 31).
El campo propio de su acción evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, etc. (Evangelii Nuntiandi, 70). No debemos olvidar que la corresponsabilidad de los laicos comprende la edificación de la comunidad eclesial, y su acción evangelizadora en la sociedad civil. Por eso, cuando hablemos de la formación de los laicos, diremos que ésta debe contribuir a una espiritualidad laical, en la que esté presente la unidad de vida, una vida según la cual, su participación en la vida de la comunidad eclesial y su acción evangelizadora en la sociedad civil no son responsabilidades paralelas ni contrapuestas.
4.- Acción pastoral del laicado en la Iglesia.
Lo venimos diciendo, la Iglesia cuenta con todos los bautizados para realizar su misión evangelizadora. A todos nos envía a la viña del mundo, sea para llevar el mensaje de Cristo y de su gracia a todos los hombres, sea para perfeccionar el orden de las realidades temporales con el espíritu Evangélico.
Los laicos son llamados a colaborar con el ministerio de los clérigos. Ello exige, sin embargo una especial atención para salvaguardar la naturaleza y misión del sagrado ministerio en la Iglesia y la vocación de índole secular de los fieles laicos. Es decir, colaborar no debe significar sustituir.
En este sentido, la comunidad eclesial debe:
- Animar la participación de los laicos en la vida de la comunidad: Los propios laicos deben tomar conciencia de su identidad cristiana, y como consecuencia de la misma deben asumir su compromiso de participar en la vida y misión de la Iglesia como miembros corresponsables según su peculiar dimensión secular (LG, 33), con la coherencia entre su fe y su vida, con su actitud de diálogo y su búsqueda del amor y la justicia; con su participación en la vida cultural y política; con su atención especial a los más necesitados. Así deben
- participar activamente en la triple tarea evangelizadora: profética, litúrgica y caritativo-social. Como Iglesia en el mundo de la secularidad –familia, escuela, trabajo, descanso, medios de comunicación, política, marginación social…- han de confesar la fe y denunciar las injusticias, ofrecerse a sí mismos y su actividad; servir al Reino de Dios promoviendo la dignidad de la persona, la justicia, la verdad, la paz, la solidaridad con los pobres (verdaderos testigos de Cristo Resucitado).
- Todos y cada uno de los miembros de nuestras comunidades han de tomar conciencia de la urgente necesidad de participar activamente en la única y común misión de la Iglesia. Todos sin exclusión: lo hace necesario la existencia de católicos no evangelizados, -que viven lo que creen o no anuncian lo que viven-; creyentes alejados, y no creyentes en medio de nuestra sociedad.
- Impulsar los organismos colegiales y facilitar la participación de los laicos en la elaboración, realización y revisión de los planes de acción: Consejos de pastoral, asuntos económicos, animando la participación activa de los laicos, hombres y mujeres, individual y asociadamente, en consultas, deliberaciones, decisiones y puesta en práctica…, valorando, y potenciando la diversidad de carismas, legítima, necesaria y enriquecedora.
- “En las diócesis, en cuanto sea posible, deben existir consejos que ayuden la obra apostólica de la Iglesia, ya en el campo de la evangelización y de la santificación, ya en el campo caritativo social, etcétera, cooperando convenientemente los clérigos y los religiosos con los laicos. Estos consejos podrán servir para la mutua coordinación de las varias asociaciones y empresas seglares, salva la índole propia y la autonomía de cada una. Estos consejos, si es posible, han de establecerse también en el ámbito parroquial o interparroquial, interdiocesano y en el orden nacional o internacional” (Decreto Conciliar Apostolicam Actuositatem, nº 26).
- Estimular la participación de los laicos en la evangelización misionera (AG y RM): Las familias, los grupos y comunidades eclesiales, las asociaciones y movimientos han de ser sensibles y considerar propias las necesidades de la Iglesia universal y promoviendo, de entre sus miembros, vocaciones para la misión “ad gentes”, subrayando el carácter misionero de todo el Pueblo de Dios, y contribuyendo a la actividad misionera de la Iglesia.
- Promover los ministerios y servicios laicales, animando a hombres y mujeres, laicos, a ejercer la mayor parte de los ministerios y servicios de la comunidad, para ejercer aquellos ministerios y servicios que les sean confiados y que tienen su fundamento en el bautismo y la confirmación; y para muchos además en el matrimonio. Sin olvidar la necesidad de promover el ministerio ordenado.
- Alentar la corresponsabilidad de los laicos, fomentando la comunión afectiva y efectiva de todos y en todo; alentando la acción evangelizadora de la comunidad, y animando la comunión de los laicos y asociaciones entre sí y su inserción en la parroquia y en la Iglesia particular. Debe ser ésta también, tarea de los pastores.
- Necesidad y urgencia de la formación de los laicos: Se trata de una cuestión urgente y prioritaria para toda la Iglesia, que implique un dinamismo en la misma, una actividad, una metodología y una preocupación que abarcan toda la vida y que estimula la autoformación basada en la responsabilidad personal. “Además de la formación común a todos los cristianos, no pocas formas de apostolado, por la variedad de personas y de ambientes, requieren una formación específica y peculiar” (Apostolicam Actuositatem nº 27).
- “La formación para el apostolado supone una cierta formación humana, íntegra, acomodada al ingenio y a las cualidades de cada uno. Porque el seglar, conociendo bien el mundo contemporáneo, debe ser un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la cultura de su condición. Ante todo, el seglar ha de aprender a cumplir la misión de Cristo y de la Iglesia, viviendo de la fe en el misterio divino de la creación y de la redención movido por el Espíritu Santo, que vivifica al Pueblo de Dios, que impulsa a todos los hombres a amar a Dios Padre, al mundo y a los hombres por El. Esta formación debe considerarse como fundamento y condición de todo apostolado fructuoso” (Apostolicam Actuositatem nº 27).
- "Por esto mismo, se hace necesario sensibilizar a todos los cristianos, sacerdotes, religiosos y laicos, sobre la importancia de la formación para reconocer más plenamente y asumir más conscientemente sus responsabilidades como laicos militantes en la vida y misión de la Iglesia” (GS 43; EN 20; Crhisti Fideles Laici 59.); "sobre la urgencia, especialmente grave en nuestro tiempo de superar la ruptura entre fe y vida, entre Evangelio y cultura, y, en fin, sobre la necesidad de animar a todos a emprender- si no lo están haciendo ya – un proceso de formación integral, espiritual, doctrinal y apostólica, a fin de ser y vivir lo que confiesan y celebran, y anunciar lo que viven y esperan” (Apostolicam Actuositatem Christi Fideles Laici 59.).
- Por eso, las iglesias deben empeñarse en incluir la formación de los laicos entre los objetivos y tareas de sus planes pastorales y los diversos lugares y ámbitos evangelizadores ( parroquias, escuelas, universidades, familia, asociaciones, movimientos) promoviendo la elaboración de planes y materiales de formación, que sean pedagógicos para facilitar la difusión y asimilación de los documentos de la Iglesia; promoviendo, además, escuelas e instituciones de formación de laicos.
- Tomar conciencia de que las asociaciones y movimientos de fieles son expresión de la “nueva época asociativa que vive la Iglesia”, partiendo de la base de que el ser humano es un ser social; procurando, además la comunión e inserción de las asociaciones y movimientos en la Iglesia particular y en la parroquia.
5.- Concluyendo.
Si bien no hemos querido pararnos, porque no es el momento, ni la escasez de tiempo con el que contamos nos lo permite, en hacer una reflexión sobre el contexto concreto en que nuestra Iglesia Particular, más aún la Iglesia de Linares, es enviada a proclamar la Buena Noticia de la Salvación, mediante la palabra y el testimonio de vida de cuantos nos llamamos cristianos (sacerdotes y laicos), sí creo que es bueno que reconozcamos, que nos hallamos en un momento decisivo, en el que Dios mismo nos está mostrando que se hace urgente y necesario aunar esfuerzos para transformar la realidad de nuestras comunidades parroquiales, tal vez partiendo de un cierto cambio de mentalidad, que nos exige poner en práctica, sin más dilaciones, la tarea de preparar e incorporar plenamente un laicado maduro que ocupe definitivamente el puesto que le corresponde.
Esta propuesta dimana –creo- de la misma pertenencia a la comunidad de los que han manifestado su adhesión a Dios y quieren vivir conforme al Evangelio. Porque quien ha conocido a Jesucristo, se siente en la grata e ineludible obligación de ser testigo, de manifestar ante el mundo, con señales inequívocas, el camino de la salvación en Dios. Pues los cristianos, la Iglesia, no vivimos sólo para nosotros mismos, sino para llevar la buena noticia de Jesucristo a todos los hombres, sintiendo predilección por los más alejados, los más débiles, los más indefensos, los más necesitados.
La participación, pues, de los laicos en la vida y en la misión de la Iglesia no es benévola concesión que se les hace, sino reconocimiento del derecho que les asiste como bautizados y como exigencia del propio deber como creyentes en Jesucristo, que no vino a este mundo para ser servido, sino para dar la vida por todos. Se trata de una llamada imperiosa y urgente a la participación apostólica del seglar que nos llega de la misma situación actual de la sociedad.
Por otra parte, sin caer en la tentación de la nostalgia, ni en la de predecir catástrofes inevitables, hemos de reconocer que se ha adueñado de muchos católicos un generalizado sentimiento de frustración y desánimo ante el crecimiento de la irreligiosidad, por la incoherencia entre la fe y la vida de quienes se llaman creyentes, la ausencia de lo cristiano en la vida pública, y la falta de responsabilidad y de acción eficaz en el terreno social y político.
Nuestra fe cristiana nos exige, no obstante, una fidelidad sin con diciones al Evangelio de Jesucristo, pero también una lealtad al hombre con el que vivimos. Por eso, la misma situación preocupante de los hombres y de la sociedad actuales urgen, aún más si cabe, al empeño apostólico del laico cristiano, ya que es a los laicos a quienes principalmente corresponde, como obligación propia, el instaurar el orden temporal y el actuar directamente y de forma concreta en dicho orden, dirigidos por la luz del Evangelio y la mente de la Iglesia y movidos por la caridad cristiana (AA, 7). Estas palabras del Concilio Vaticano II recuerdan, una vez más, que la vida pública está reclamando la presencia de los principios cristianos para que sean como levadura en la masa.
Uno de nuestros pecados puede ser el de la debilidad y el encogimiento para eludir el valiente y honroso, pero difícil compromiso de dar ante los hombres testimonio de Jesucristo. Tenemos que huir de la arrogancia y del orgullo, pero también de la cobardía, del ocultamiento de la propia fe, de la negación práctica y del desprecio a Cristo, con la duda sobre la eficacia del Evangelio para transformar al mundo, o con el alejamiento de la Iglesia.
Junto a la debilidad puede estar el abstencionismo y la no-participación. Esconder los talentos y dejar que se vayan olvidando los valores que Dios puso en las manos de cada uno para que pudieran fructificar en beneficio de todos. No participar en la vida y en la acción de la Iglesia, equivale a renunciar por anticipado a la esperanza de un tiempo nuevo. Esta llamada Es invitación y recuerdo de un deber de corresponsabilidad, y del reconocimiento de un derecho de participar en la vida de la Iglesia. Por otra parte, en un tiempo como el nuestro, de evi dente crecimiento de la secularización, hemos de recordar insistentemente la necesidad de un testimonio confesante del cristiano laico en medio del mundo.
“Un laicado adulto bien formado no solo doctrinalmente, sino también eclesialmente, es esencial para el ministerio de la evangelización (...) Se pide una mayor confianza de parte de los obispos y de los presbíteros en los laicos, que frecuentemente no se sienten apreciados como adultos en la fe y quisieran sentirse más partícipes en la vida y en los proyectos diocesanos, especialmente en el campo de la evangelización”
“Que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual los fieles laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio -sacerdotal, profético y real- de Jesucristo. Ellos, por consiguiente, tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obliga ción que les apremia todavía más en aquellas circunstan cias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo. Además, dada su propia índole secular, tienen la vocación específica de buscar el Reino de Dios tratando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (Redemptoris missio 71).
BIBLIOGRAFÍA.
- DOCUMENTOS BASE: CRISTIANOS LAICOS ENEN LA IGLESIA (C.E.E. 1992).
- CHRISTI FIDELES LAICI.
- GAUDIUM ET SPES.
- LUMEN GENTIUUM
- APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
- REDEMPTORIS MISSIO (Juan Pablo II)
- EVANGELII NUNTIANDI
- Parent, R.: Una Iglesia de bautizados. Sal Terrae, Santander 1987.
- Dianich, S.: Laicos y Laicidad de la Iglesia. CEP, Lima 1988.
- Estrada, J.A.: La Espiritualidad de los Laicos. Paulinas, Madrid 1992.
- Calero, A.Mª.: El Laico en la Iglesia. Vocación y Misión. CCS, Madrid 1997.
- Escartín, P.: La presencia pública de los cristianos. BAC, Madrid 1999.