31 de octubre de 2017

La Iglesia del futuro

Es increíble que a una distancia de 48 años, alguien sea capaz de hacer una radiografía de la realidad con una clarividencia semejante: se trata de nuestro Papa emérito J. Ratzinger, que escribía el año 1969 y hacía una radiografía de la Iglesia del futuro. La traemos aquí recogida del libro que publicó: “Fe y Futuro”, donde  pronosticaba: 

El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible”.

Incluso llegaba a advertir que debe tenerse cuidado a la hora de hacer pronósticos ya que es peligroso el ángulo desde el que hacemos el diagnóstico y por eso advertía: 

"Seamos, por consiguiente, prudentes con los pronósticos. Aún es válida la palabra de Agustín según la cual el ser humano es un abismo; nadie puede observar de antemano lo que se alza de ese abismo. Y quien cree que la Iglesia no está determinada sólo por ese abismo que es el ser humano, sino que se fundamenta en el abismo mayor e infinito de Dios, tiene motivos más que suficientes para abstenerse de unas predicciones cuya ingenuidad en el querer-tener-respuestas podría revelar sólo ignorancia histórica". 

Cuando J Ratzinger hace su análisis de la iglesia, su época está inundada de peligros existenciales, cinismo político y desconcierto moral, estaba hambrienta de respuestas. La Iglesia católica, un faro moral en las turbulentas aguas de su tiempo, había pasado recientemente por ciertos cambios propios que tuvieron que andar preguntándose, tanto a adeptos como a inconformistas: "¿Qué será de la Iglesia del futuro?". 

Y de esta forma, en 1969, se encontraba el sacerdote Joseph Ratzinger en una radio alemana respondiendo con sus reflexiones. Aquí están sus comentarios finales: 

“El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy, sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible. Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Y, por tanto, por seres humanos que perciben más que las frases que son precisamente modernas. Por quienes pueden ver más que los otros, porque su vida abarca espacios más amplios. La generosidad que libera a las personas se alcanza sólo en la paciencia de las pequeñas renuncias cotidianas a uno mismo. En esta pasión cotidiana, la única que permite al ser humano experimentar de cuántas formas diferentes, lo ata su propio yo, en esta pasión cotidiana y sólo en ella, se abre el ser humano poco a poco. Él solamente ve en la medida en que ha vivido y sufrido. Si hoy apenas podemos percibir aún a Dios, se debe a que nos resulta muy fácil evitarnos a nosotros mismos y huir de la profundidad de nuestra existencia, anestesiados por cualquier comodidad. Así, lo más profundo en nosotros sigue sin ser explorado. Si es verdad que sólo se ve bien con el corazón, ¡qué ciegos estamos todos! ¿Qué significa esto para nuestra pregunta? Significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una Iglesia sin Dios y sin fe son palabras vanas. No necesitamos una Iglesia que celebre el culto de la acción en oraciones políticas. Es completamente superflua y por eso desaparecerá por sí misma. Permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano y que nos promete la vida más allá de la muerte. De la misma manera, el sacerdote que sólo sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y otros especialistas. Pero seguirá siendo aún necesario el sacerdote que no es especialista, que no se queda al margen cuando aconseja en el ejercicio de su ministerio, sino que en nombre de Dios se pone a disposición de los demás y se entrega a ellos en sus tristezas, sus alegrías, su esperanza y su angustia. Demos un paso más. También en esta ocasión, de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros. Ciertamente conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora. Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica. Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo. El proceso será largo y laborioso, al igual que también fue muy largo el camino que llevó de los falsos progresismos, en vísperas de la revolución francesa -cuando también entre los obispos estaba de moda ridiculizar los dogmas y tal vez incluso dar a entender que ni siquiera la existencia de Dios era en modo alguno segura- hasta la renovación del siglo XIX. Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas. A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, ya exánime, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte. La Iglesia católica sobrevivirá a pesar de los hombres y las mujeres, no necesariamente gracias a ellos. Y aun así, todavía nos queda trabajo por hacer. Debemos rezar y cultivar el autosacrificio, la generosidad, la lealtad, la devoción sacramental y una vida centrada en Cristo“.

7 de julio de 2017

23 de enero de 2017

Los “nuevomilenios”, por Melitón Bruque García

Es uno de tantos, no pudo terminar el bachiller porque venía arrastrando cuatro asignaturas; no pudo superar los exámenes, porque tampoco era capaz de aguantar 10 minutos sentado frente a un libro, menos aún, escuchando a un profesor en la clase. Pero, eso sí, era el gallito del corral, el más interesante, el más guapo, el más chistoso; el que marcaba siempre la moda en ropa y en todo el que tenía la última tecnología en aparatos digitales… Sus padres se sentían felices de verlo. 

Dejó los estudios y se encerró en casa a sus 19 años; jamás pasó la más mínima necesidad; y ahora sigue exigiendo, como cuando tenía seis o siete años. 

A través de un amigo encontró un trabajo en un taller, para lavar los coches después de que son reparados. Por 8 horas de trabajo recibía 500€ y alguna propina, si el resultado del lavado agradaba al dueño del automóvil. 

No aguantando más de dos meses este trabajo, afirma que “él no emplea su vida en lavar coches, que ese trabajo no es para él, que no tiene relevancia alguna; que él no tolera que alguien le diga que no está de acuerdo con lo que ha hecho y que limpie mejor un coche…” 

Ha vuelto de nuevo a casa; allí vive escondido todo el día, colgado en el teléfono con el rostro iluminado por la pantalla. 

28 de enero de 2015

2 de diciembre de 2014

25 años del asesinato de los mártires del Salvador

Creemos importante tener un recuerdo, en el 25 aniversario de su asesinato, de los jesuitas mártires del Salvador. Esta entrevista a Xavier Alegría es un magnífico documento que explica cuáles fueron las claves históricas de los acontecimientos y pone en valor la dimensión de aquellos 5 cristianos que murieron por poner en práctica el Evangelio.