ECLESALIA, 22/02/10.- Era la pregunta planteada en el Foro convocado el pasado 8 de Febrero en la Parroquia de S. Estanislao de Kotska de Madrid por “Profesionales Cristianos”. El encargado de responderla, el teólogo e historiador de las religiones Juan Martín Velasco. Imposible recoger en unas líneas la riqueza de su exposición y posterior debate. Lo que siguen son sólo algunos puntos espigados de su conferencia que, por su interés, ofrecemos como reflexión para este tiempo de Cuaresma.
Para el creyente que yo intento ser, tengo que decir que si Dios existe y es lo que yo creo que es, ni el hombre puede vivir sin Dios ni puede existir sin Dios nada de lo que existe. Para mí, Dios es la realidad que sustenta en el ser todo lo que existe. La respuesta de mi ser, razonada, es que todo existe gracias al amor originario de Dios, que por ser amor sin límites, ha puesto en el ser todo lo que es para realizar un proyecto lleno de sabiduría y lleno de amor que culmina en la llamada a la existencia a todos los seres humanos para hacer de ellos sus hijos. En ese sentido, el hombre no puede vivir sin Dios.
La razón creyente me lleva a ver en todo lo que existe señales, símbolos de la presencia de Dios. De esto no hay un razonamiento científico, pero no tenemos más que mirar hacia nosotros mismos para encontrar esas huellas del Dios que con su presencia cada día nos invita a “ser” más plenamente en nuestra vida. Pero, si a lo largo de la historia siempre ha habido huellas de la actividad religiosa, tan universal como el hecho de la fe es el hecho de la increencia.
¿Cómo puede ser que, siendo Dios el principio de todo lo que existe, haya tantas personas que no creen en Él? Los creyentes tenemos una explicación: los no creyentes, se ha dicho, lo son “por la gracia de Dios”. Y no es una broma, sino afirmar que Dios ha querido crearnos de tal forma que podamos ser no creyentes. Él, sujeto de la creación, no nos ha hecho objetos de esa creación, sino también sujetos de ella, lo que significa que tenemos que responderle con la misma libertad con la que Él nos ha dotado.
Desde esta interpretación, ¿qué sucede con los que no creen? Como los creyentes encontramos la base de nuestra conducta moral en nuestra fe en Dios, muchos creen que los ateos no pueden tener una moral digna del hombre. ¿Se puede llevar una vida moral sin creer en Dios?… Aunque es cierto que todas las religiones han desarrollado una moral de influencia decisiva, también lo es que desde antiguo ha habido morales independientes de lo religioso. Hoy, se puede ejercer la moral con referencia a la religión y sin referencia a ella y las dos maneras pueden dar lugar a formas de moral suficientemente elevadas.
¿Que aportaría la fe religiosa a una moral laica? Cosas importantes desde luego. En muchos casos, una cierta elevación de la exigencia; éticamente, todos nos vemos movidos a decir “amarás a los demás”, pero ¿nos vemos llamados a decir “amarás a tu enemigo”? Probablemente no. La religión aporta también un reforzamiento del sujeto para seguir la voz de la conciencia porque la apertura a Dios implica la apertura al otro.
Con todo, creo que cabe una moral no fundamentada en la religión y que por tanto no podemos afirmar que solo la fe en Dios permite vivir moralmente.
Pero preguntémonos qué aporta al ser humano el hecho de creer en Dios.
Si hablamos de la fe en serio. Porque si por tener fe entendemos sólo creer en lo que no vemos, eso aporta muy poco a las personas, eso no es más que una creencia, una afirmación relativa a una verdad, que apenas compromete la vida del sujeto. Por tanto, tomémonos la fe en serio: creer es adoptar para con el Dios en el que creemos una actitud de completa confianza, de total entrega… Y ¿quién es este Dios? No es solo un absoluto, no es solo la causa primera. Es otro tipo de relación la que se establece con Dios: es una relación de tipo personal, una relación basada en una presencia; una relación de mutuo influjo, en la que el sujeto interpela y el sujeto interpelado responde, una relación en la que los dos términos de la misma se comprometen. El hombre religioso se caracteriza por creer en esa realidad trascendente que es “presencia” para nosotros y en nosotros en el sentido más fuerte de la palabra “presencia”.
El Dios del hombre religioso es siempre el Dios de alguien. Si hubiera que elegir el nombre propio de Dios en todas las religiones ese nombre sería “Dios mío”. Lo que caracteriza al Dios de la religión es que se le pueda invocar, es que sea un Tú para el hombre. Así como hay un nivel del ser humano que sólo puede explicar una realidad trascendente -siendo nosotros lo que somos no tendríamos sentido si no existiera un ser absoluto, un ser infinito- así, siendo nosotros lo que somos -no solo seres finitos y contingentes, sino personas, sujetos capaces de libertad- no tendríamos razón de ser si lo que es nuestro origen no fuera también una realidad personal. De ahí el carácter central de lo personal en la vida religiosa.
Esto tiene unas repercusiones enormes sobre la vida humana; a mi modo de ver, pocas afirmaciones tan verdaderas como ésta: no es bueno que el hombre esté solo. Los hombres tenemos siempre a los otros hombres como compañeros y podemos decir que no estamos nunca solos. Pero ¿qué sería de la humanidad si no hubiera Alguien que respondiera de ella? Entonces sí que podríamos decir que la humanidad estaría sola. Porque probablemente la humanidad esté sola si la realidad que la precede, la origina y la fundamenta no es una realidad que, por su llamada personal, suscita a los seres personales que somos nosotros. Tal vez es esto lo que quería decir una filósofo americano al decir que “las religiones son lo que el hombre hace con su soledad”, es la gestión de la soledad; ese es nuestro problema fundamental, el descubrirnos solos frente al mundo, y necesitados de dar una razón de ese ser solos frente al mundo. Por eso me encanta el verso de Unamuno que dice preciosamente lo que yo intentaba balbucir:
Pero Señor, “Yo soy”, dinos tan sólo,
Dinos “Yo soy” para que en paz muramos,
que no en soledad terrible sino en tus manos.
Podría cambiarse el verso para decir también, sin cambiar el sentido:
Dinos, “Yo soy”, para que en paz vivamos,
no en soledad terrible sino en tus manos.
Me parece que esta necesidad de compañía que experimentamos, ninguna otra realidad la colma como ese Dios presente, que, en nuestro origen, nos esta haciendo ser a lo largo de toda nuestra vida, que es nuestra compañía permanente, que va a estar presente cuando todos lo demás se queden de este lado, que va a estar presente como los brazos que nos acojan cuando ya no nos pueda acompañar nadie.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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