11 de mayo de 2010
¿Qué es ser excluyente?, por José Ignacio Malpica
El no pertenecer a un grupo o comunidad, o dar una opinión o valorar de forma objetiva hechos acaecidos, no es “ser excluyente”. Si filosofamos sobre el tema, sí puedes excluirlas (y por lo tanto ser excluyente) de forma temporal o definitiva de tu vida diaria. De hecho, cada vez que tomas una decisión eliges algo, excluyendo el resto de posibilidades. Por ejemplo, si vas de viaje y eliges el coche, has excluido ir en tren.
De todas formas, existe un peligro latente en cualquier conversación. Cuando se dialoga siendo receptivo a los comentarios de las otras personas (sintiendo por parte de las otras personas que son escuchadas, que no sólo oídas), no se es excluyente; pero sí se es excluyente cuando al hablar nos sentimos aposentados en un “Aula Magna”, con la verdad absoluta en la mano, puesto que ya se están excluyendo todas las demás opiniones y, en casos extremos, a las personas. El no sentirse escuchado, el no ser receptivo de opiniones opuestas a la mía, puede provocar una recíproca exclusión, sobre todo cuando el ánimo (por sendas partes) se alimenta de orgullo, soberbia, vanidad, etc.., que conlleva al “fin de la comunicación y del diálogo”.
Cada persona elige qué excluye y qué incluye en sus pensamientos, y mejor nos iría si fuéramos coherentes y viviéramos según lo que pensamos. Al final, sí somos excluyentes de cosas, de tipos de vida, y eso lo decidimos de forma natural e individual. Ese tipo de exclusión no es negativa, si sólo influye al propio individuo.
El peligro del pensamiento excluyente es cuando se pretende que influya a la colectividad, generando un clima de represión. Dígase, por ejemplo, que un colectivo, como puede ser el de los católicos, defensores de la vida por naturaleza, pretenda defender a los niños que están creciendo en el vientre materno, de leyes que están a favor de interrumpir de una forma caprichosa su nacimiento, y desde los órganos del poder o de la prensa partidista, o de asociaciones antirreligiosas, se sugiera que las manifestaciones sociales de la comunidad cristiana las realicen dentro de sus templos, o en sus casas de forma privada. ¡Malos tiempos corren para la lírica, y para la verdadera libertad!
El peligro del pensamiento excluyente es cuando se prohíbe que se expresen sus ideas o signos religiosos de forma natural y pública, como hace 80 años, donde se encorsetó el tema religioso, “prohibiendo a las órdenes religiosas impartir la enseñanza”, “expulsando a los jesuitas de España”, y fomentando un ambiente anticlerical, que provocó quema de conventos etc. “y todo, en nombre de la malograda libertad”. ¡Eso sí es excluir a una parte de la sociedad!
El pertenecer a una comunidad religiosa, como la Iglesia Católica, basada en el amor y en la entrega gratuita a los “sin derecho a ayudas”, como parados, indigentes, ancianos en soledad, familias destruidas por la sociedad del “todo vale”, a niños de la calle, a la casa de acogida de madres embarazadas que desean que nazca su hijo, se hace de forma voluntaria. Ese tesoro del voluntariado, enganchado al mensaje de Jesús, de forma desinteresada entrega su vida, su tiempo y su dinero para ayudar sin valorar si el necesitado es religioso o laicista, español o extranjero, o si es de derechas o izquierdas. Hay misioneros, misioneras, sacerdotes, religiosos y religiosas, como las Hermanas de la Consolación, congregación fundada por Santa María Rosa Molas, que hacen entrega total y absoluta de su sueldo ganado con su sudor en sus puestos de trabajo. Además de su trabajo diario de ocho horas, siguen dedicadas a la misión de consolar al mundo durante el resto del día. También se extienden sus labores en continentes como África, América o Asia, y en España, particularmente con su casa de acogida de madres con problemas, residencias de ancianos, hospitales de disminuidos psíquicos y físicos, ¡salvan vidas, devuelven la dignidad a las personas, reparten y entregan el afecto a los desolados, a los molestosos para la sociedad materialista que nos rodea! Y todo a cambio de la satisfacción de entregar su vida y amor a los demás, como Cristo lo hizo.
Si, la Iglesia Católica salva vidas, y los euros que recibe sirven para dar vida a los desheredados de la sociedad, de esa sociedad que es tan justa que vende armas a los países para luego enviarles los cascos azules para pacificarlas; de esa sociedad que extrae las riquezas y las materias primas de esos países, que normalmente tienen un régimen totalitario pagado y sufragado por las grandes multinacionales, y luego los recibimos con honores de Jefe de Estado. A la gente marginada, a los empobrecidos de esos países abandonados y desechos por intereses comerciales, la Iglesia Católica y sus ONG´s, como Manos Unidas o Caritas, y cientos de congregaciones religiosas y misioneros sufragados desde las diócesis españolas y de otros países, les aporta sus dineros, sus trabajo, y hasta su propia vida, a cambio de nada… Bueno, sí, recibimos el mayor tesoro: el amor del que lo recibe. Pero, eso no lo deben de entender algunas de las asociaciones laicistas. Han comenzado una campaña para que los contribuyentes no pongan una cruz para apoyar a la Iglesia Católica o a las ONG´s, por si éstas son de la Iglesia (parece que estas asociaciones lo de la cruz lo llevan mal, la quieren quitar de todas partes). Bueno, para no ofender a nadie, de ahora en adelante diremos que la campaña consiste en no poner “una equis o una aspa”. Es decir, animan a que lleguen menos ayudas a los marginados, a lo empobrecidos, a los niños de la calle, a los “sin papeles”. ¿Pretenden que se salven menos vidas? Su filosofía es que “el papá estado” realice con sus medios económicos todas estas ayudas. ¿Cuántos Presupuestos del Estado serían necesarios para suplir la ingente movida que realiza la Iglesia? Tal es el ímpetu que quieren darle a su campaña, que han previsto situarse a la puerta de la Delegación de Economía y Hacienda para informar y “aconsejar a los contribuyentes” no poner el “aspa” para la ayuda a la Iglesia Católica.
Claro, y mí me da que pensar si no se han equivocado en la elección del lugar para informar de su campaña. Deben de ponerse en la puerta de las Caritas de la iglesias, deben de ponerse en la puerta de la casa de acogida de las madres, deben de ir a los países subdesarrollados y empobrecidos, para explicarles su “justa causa de reivindicación”. Quizás ellos los entiendan. ¡Yo no lo entiendo! A no ser que a partir de mañana, les den a ellos la dirección de su asociación, para que acudan allí esos parados que no tienen ayudas del Estado, esos inmigrantes sin papeles ni comida, esas madres con hijos expulsados de su casa, esos drogadictos excluidos de la sociedad, entonces si lo entenderían.
Por desgracia, el Estado no puede atender todas estas necesidades, y el dinero que aporta es sólo para los gastos materiales, ya que la entrega y el tiempo de las personas, las regalamos a cambio de forma gratuita, y no hay dinero suficiente en el mundo para pagarlo. Recordar que existen leyes, como la del Derecho al Trabajo y la de la Vivienda Digna para todos los españoles, y algunos millones de españoles todavía están esperando su cumplimiento.
¡En fin! Eso de ser antirreligioso es un tema muy personal, y a veces excluyente. Animar a que las personas no ayuden a salvar vidas, puede provocar la muerte de muchas de ellas, y esa no es la sociedad por la que yo lucho y aspiro. ¡Y menos en nombre de La Libertad! NO ENSUCIEMOS MÁS ESA BELLA PALABRA.