Es uno de tantos, no pudo terminar el bachiller porque venía arrastrando cuatro asignaturas; no pudo superar los exámenes, porque tampoco era capaz de aguantar 10 minutos sentado frente a un libro, menos aún, escuchando a un profesor en la clase. Pero, eso sí, era el gallito del corral, el más interesante, el más guapo, el más chistoso; el que marcaba siempre la moda en ropa y en todo el que tenía la última tecnología en aparatos digitales… Sus padres se sentían felices de verlo.
Dejó los estudios y se encerró en casa a sus 19 años; jamás pasó la más mínima necesidad; y ahora sigue exigiendo, como cuando tenía seis o siete años.
A través de un amigo encontró un trabajo en un taller, para lavar los coches después de que son reparados. Por 8 horas de trabajo recibía 500€ y alguna propina, si el resultado del lavado agradaba al dueño del automóvil.
No aguantando más de dos meses este trabajo, afirma que “él no emplea su vida en lavar coches, que ese trabajo no es para él, que no tiene relevancia alguna; que él no tolera que alguien le diga que no está de acuerdo con lo que ha hecho y que limpie mejor un coche…”
Ha vuelto de nuevo a casa; allí vive escondido todo el día, colgado en el teléfono con el rostro iluminado por la pantalla.